La Asociación de Navegantes Racionalistas (ANR) niega rotundamente todo lo que aquí expongo y le opone una explicación científica, más aburrida que desmitificadora, atribuyéndolo a un efecto curioso entre las burdas y el viento de levante

Todos los veleros tienen su duende, está comprobado. No hacen nada importante, sólo están esfumándose por allí embarullándolo todo un poco. Son más conocidos por sus demostraciones que por su aspecto.

Se conforman con muy poco, casi nada, a veces esconden algún sombrero, arrancan hojas de los libros, toman de las botellas de ginebra y lo compensan con agua. Si Ud. no encuentra el lápiz de la mesa de navegación, no se preocupe: ya se lo devolverán. Usan algunas cosas y las dejan por ahí, es cierto a veces no en su lugar. Ellos, hace cientos de años inventaron la tradición de la moneda debajo del mástil, tienen bolsas llenas pero no saben que hacer con ellas.

A pesar de todo, a veces ayudan; cambian fechas en los documentos ampliando los tiempos de caducidad, autorizan, homologan, legalizan y aprueban todo tipo de documento que no nos permita navegar, hacen algunos otros trabajos menores o mantienen a raya a las cucarachas, algunos armadores no los merecen.

Si Ud. va a bordo con una señora amiga, son muy pudorosos, y se irán a dormir a la playa o a visitar algún duende amigo, jamás cotillean.

Hay navegantes que no creen en ellos, los desestiman o simplemente ignoran, son los que tampoco creen en leyendas, tienen motoras con nombres como Sexy Duck o Pinky Pussy con tapizados imitación de piel de leopardo, ponen música a todo volumen y dudan si cambiar el velero por una caravana. También es cierto que los duendes jamás subirían en esos barcos, prefieren los veleros con nombres como HorizontesLevante, Azimut, Xaloc, Sagitario, barcos de verdaderos navegantes, no ordinarios navegantes de Internet. Cuando están cansados de estar solos bordo, suelen tomar nuestra fisonomía y es posible verlos muy orondos en las entregas de premios, como en al Copa  del Rey, aprovechando la barra libre de cerveza; se los puede ubicar por tener dos chanclas izquierdas, la camisetas al revés, o la media izquierda distinta a la derecha; increíblemente pasan desapercibidos o son confundidos con turistas de países del este que carecen de todo el sentido del ridículo.

A veces nos dejan algún testimonio o mensajes reconfortantes. Aquí algunos que yo puedo dar fe conocer: 1) Recuerdo en una regata de invierno en el Stormvogel, mientras me ponía el traje de agua dentro de la cabina, en el vidrio empañado de un ojo de buey, ya medio chorreado, decía “amigo”.  2) Mientras sacaba  de a bordo unos sacos de velas para llevar a reparar, Pipe Sarmiento vio algo que se movía dentro del calcetín del spinnaker, se fue a tomar un café para darle oportunidad de salir, me dijo que le dejó un sol de oro de 1824 entre los cubiertos de cocina. 3) Juan Fullana sacó en el varadero del Portitxol su Dufour 24 para hacer el antifouling, días siguientes yo vi alguien muy extraño puliendo la quilla, tal vez muy pequeño para la máquina y embutido en un mono color butano; más tarde Juan me dijo, increíble, no fue necesario lijarlo estaba totalmente liso y pintamos directo. Nunca creyó mi historia. 4) El doctor Feliu tenía un one tonner en el que se escuchaba silbar tangos, doy fe haber escuchado “por una cabeza”.

La Asociación de Navegantes Racionalistas (ANR) niega rotundamente todo esto y le oponen una explicación científica, más aburrida que desmitificadora,  atribuyéndolo a un efecto curioso entre las burdas y el viento de levante. Muchísimas personas atraídas al barco por la leyenda tenían dificultades de reconocer las melodías e inclusive advertir silbido alguno. Tal vez los duendes no silban para todos, o el que no los oye tal vez no merezca oírlos.

Para felicidad de la ANR no tenemos la mínima constancia de estas experiencias, no hay huellas, grabaciones, testigos ni recibos de pago. Los verdaderos navegante no necesitan pruebas de la magia que encierra la navegación a vela, ni comprobaciones tangibles para creer en estas historias.

Por otra parte, no hay nada más racional que desconfiar muchísimo más  de un documento firmado y sellado por un banco, que de una historia contada en voz baja en un bar del puerto. Es utópico esperar la comprensión de los racionalistas de algo que no es más que una simple emoción y coincido con otros que en alguna guardia nocturna me han confesado la irresistible necesidad de escribir en los vidrios empañados.

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